La pandemia planetaria Covid-19 provocó la necesidad de repensar la semántica de la educación y de los colegios (Reimers & Opertti, 2021) que refiere, entre otros aspectos fundamentales, a sus léxicos, símbolos, ideas y recursos. Dicho repienso es clave para idear y sustanciar la formación de las nuevas generaciones a la luz de cementar futuros esperanzadores y mejores.
La reflexión durante y posterior a la pandemia se movió en, por los menos, en dos direcciones respecto al rol de la escuela. Por un lado, la ausencia de presencialidad desencadenó nuevos sentimientos positivos hacia su rol. Se valorizó el lugar significativo que la misma ocupa como estructuradora de nuestra vida, y tal como aseveraron Dussel, Ferrante y Pulfer (2020), “apareció con mayor claridad su papel en la socialización de niñas, niños y adolescentes, tanto en sus relaciones con el mundo adulto como entre pares”. También se observaron mayores niveles de conciencia de madres, padres y comunidades en cuanto a lo que significa el rol de los educadores como orientadores de los alumnos y acompañantes de sus procesos de aprendizaje, así como respecto al acto desafiante y delicado de educar (Opertti, 2021).
Por otro lado, la escuela amplió su radio de acción e influencia hacia la educación a distancia que en la medida en que se le entendió como una acción remedial en una situación de emergencia, su rol se circunscribió en gran medida a sustituir a la educación presencial. Pero, asimismo, se abrió la discusión en torno a la conveniencia de avanzar hacia modos educativos híbridos basados en la complementariedad entre las fases presenciales y a distancia con el objetivo de expandir y diversificar las oportunidades y los procesos de enseñar, aprender y evaluar.
Asimismo, la hibridación de la escuela implica la combinación e integración de enfoques curriculares, estrategias pedagógicas y didácticas, contenidos y recursos educativos, y tecnologías para hacer realidad la máxima de aprender a todo momento y en todo lugar sin fronteras ni umbrales en base a una escuela fortalecida en el seno de la sociedad.
Aun cuando las discusiones sobre el devenir de la escuela se intensificaron durante y a posteriori de la pandemia, parecería ser que el repienso de la escuela se encuentra de alguna manera trabada entre quienes argumentan que la escuela es presencialidad a secas y asunto exclusivo de los educadores, y alternativamente, quienes creen en el poder omnicomprensivo de las tecnologías para sustituir a los educadores sustentada en una educación predominantemente a distancia.
Alternativamente a posicionamientos antagónicos, se requiere avanzar en un núcleo de ideas y categorías de pensamiento que recobren el sentido y el quehacer de la escuela en sociedades marcadas por severas disrupciones en lo cultural, afiliatorio, político, social, económico y territorial.
Entendemos que hay dos riesgos preocupantes que podrían coadyuvar a que la escuela como institución pierda relevancia. Por un lado, que la escuela abogue por la insularidad, se cierre en sí misma y adopte tareas defensivas y eximidas de responsabilidades frente a los desafíos que plantean los entornos y las comunidades. Por otro lado, el desdibujamiento o evaporación de la escuela por los usos y abusos de las tecnologías puede llevar a menospreciar el valor de la presencialidad. La interacción cara a cara es inherente a la identidad y sello de la escuela en la construcción de una sociedad de cercanías que estimula el desarrollo de culturas colaborativas y solidarias, así como facilita los diálogos entre diferentes apreciando la diversidad.
En la búsqueda de renovados anclajes conceptuales que contribuyan a dignificar a la escuela como la vía principal para hacer realidad el derecho a la educación como un bien común a toda la sociedad, sin distinciones, el libro seminal “La escuela del alma. De la forma de educar a la manera de vivir” (2024), de autoría de José María Esquirol, catedrático de Filosofía de la Universidad de Barcelona, aporta una mirada provocativa y punzante. Nos estimula a cuestionar ciertas ideas y conceptos que asumimos como dados en educación, así como también nos abre a nuevas categorías de pensamiento. Identificamos cinco de entre las múltiples puntas planteadas por Esquirol.
En primer lugar, Esquirol argumenta sobre que la escuela es, a la vez, casa y mundo, de puertas abiertas, sin paredes ni techo. La escuela puede adquirir diferentes formatos, más o menos formales o estructurados, en un permanente ir y venir de cobijar y socializar a las nuevas generaciones, hacerlo en la intemperie y buscando aproximarse a lo aparentemente externo y “ajeno” a su ámbito de especialización y actuación.
Esquirol arguye que la intersección evolvente casa -mundo implica que las y los alumnos se formen y maduren “en la proximidad de los demás y en estrecha vecindad con las cosas del mundo”. Ciertamente subyace a esta idea la impronta cosmopolita y universalista de la escuela que afirma su inmersión en el mundo reafirmando su identidad igualitarista, democrática y componedora.
En segundo lugar, la escuela es el lugar por excelencia a efectos de contribuir a lo que Esquirol denomina como la quinta esencia de la vida humana que es “la claridad, la calidez y la no indiferencia”. La escuela hace que las personas progresen y maduren en lograr claridad y robustez en las ideas y los conceptos, así como estimulando la atención de las personas, su bondad, su vida espiritual y comunitaria. La profundización en la comprensión y el conocimiento de las y los alumnos, y la rigurosidad y excelencia académica, son aspectos complementarios en la formación.
Se trata de preocuparse por las personas como fines en sí mismas tal cual aseveraba el filósofo universal, Immanuel Kant (1787). La escuela no es ante todo ni instrumental ni funcional ni sujeta a un modo específico de entender la sociedad sino abierta a la diversidad de personas para que puedan desarrollarse y disfrutar del “fruto maduro” al decir de Esquirol.
En tercer lugar, Esquirol pone hincapié en que la escuela cuida y cultiva el alma reforzando su impronta intrínsicamente humana y humanista. No puede haber escuela indiferente a la consideración de las y los alumnos como personas. Bajo tal acepción, la escuela tiene que afincarse en “que el mundo sea mundo, y que la vida sea vida”. No se puede relativizar tanto el sentido de la escuela, y la existencia de verdades y hechos, que lleve a que todo valga por igual desembocando en un relativismo exacerbado de cada uno con sus “verdades”. La escuela no tendría un sentido orientador e integrador de conocimientos y realidades objetivables. Quizás esta apreciación tenga que ver con los sin sentidos a que alude Esquirol “a que hay sitios que parece escuela pero que no lo son” y al revés “hay sitios que no parecen escuelas y que, sin embargo, lo son”.
En cuarto lugar, Esquirol se explaya sobre el concepto de enseñar en el sentido de orientar y ayudar a las y los alumnos a responder a sus inquietudes. Esto implica educar en lo visible de las cosas, y, asimismo, atisbar en la profundidad de lo que subyace a las mismas (lo invisible). El rol de los educadores yace en incentivarlos a reflexionar para que cada alumno y alumna cultive su reflexividad por sí mismo. Como arguye Esquirol, “el educador no puede recorrer el camino por el alumno” sino más bien ser un referente, orientador y facilitador de procesos que los mismos recorren y que asumen la responsabilidad indelegable de conferirles sentido y concretarlos.
En quinto lugar, Esquirol nos comparte que el ser humano es obrero en cuatro aspectos interconectados que la educación puede ayudar a su desarrollo, a saber: (i) obrero de crear mundo en el mundo; (ii) obrero de vida que le da intensidad y vigorosidad a la misma; (iii) obrero de fraternidad que es capaz de empatizar con el otro; y (iv) obrero de sentido que es capaz de encontrar y crear sentido. Se trata de que la escuela ayude a que las y los alumnos protagonicen sus vidas desde la autonomía, hondura y solidaridad de pensamiento, así como desde la cercanía con los otros confraternizando, buscando la buena manera de vivir y forjando un mundo mejor. En definitiva, se abriga la esperanza de una escuela que es capaz de llevar al mundo “una migaja de utopía” como asevera Esquirol.