Actualmente la discusión sobre los aprendizajes se enmarca en el rol que la educación puede cumplir como palanca de cambio del modus civilizatorio actual que se visualiza como insostenible a presente y a futuro. La insostenibilidad no hace solo a los efectos crecientes, injustos y regresivos del cambio climático y de la pérdida de biodiversidad, sino también al desdibujamiento de los derechos humanos, la erosión de la democracia, los cuestionamientos a la inclusividad y a la diversidad, y la naturalización y cristalización de sociedades cada vez más desiguales y fragmentadas (Opertti, 2024).
¿Cuáles son las bases de conocimientos y de competencias requeridos para que las personas puedan apropiarse, liderar, gestionar y hacerse responsables de estilos de vida sostenibles, saludables y solidarios? Una de las claves para su abordaje radica en conectar sensibilidades, ideas, enfoques, estrategias y contenidos que ayude a las y los educadores, y a las y los alumnos, a comprender la complejidad intrínseca de temas, realidades y verdades. Se requiere de una pedagogía transformacional que interrogue sobre el porvenir de la tierra y de los seres vivientes (Lacroix, 2023).
La complementariedad entre las vías de promover el pensamiento, las prácticas (aprender haciendo) y las técnicas (vinculadas a las tecnologías) constituye un aspecto inherente a la formación universal de las y los alumnos. Crucialmente es cuestión de tomar conciencia de que, frente a un mundo permeado por cambios disruptivos de alta intensidad y penetración, el disponer solo de algunas habilidades y de manera fragmentada no les permite abordar competentemente diversos tipos de desafíos a presente y futuro. Veamos qué aporta esencialmente cada una de estas tres vías a la luz de fortalecer la formación integral y balanceada de las y los alumnos como personas.
En primer lugar, la educación cumple un rol clave en la formación de seres libres que, desde la infancia, tendrían que disfrutar de oportunidades y espacios para desarrollar pensamientos autónomos, críticos, solidarios, creativos y futuristas. Dejar que los pensamientos decanten, sin apresurarnos ni presionar, evitando la inmediatez y la automaticidad de las respuestas, asumiendo que son procesos individuales y colectivos concatenados y poniendo el foco de atención en hurgar en la profundidad de cada tema. En particular, el pensamiento crítico es un asunto humano y tiene que ser, por tanto, ejercido en grupo, como asevera el filósofo canadiense Normand Baillargeon (2006).
Tal cual argumenta elocuentemente la especialista en neurociencias de la lectura Maryanne Wolf (2020), resulta esencial formar a los jóvenes en la lectura profunda a efectos de que no sean enteramente cooptados por los usos digitales de los recursos educativos. Incluso Wolf hace referencia a su lucha por la reconquista de la atención de los jóvenes ya que de esta depende la posibilidad de la vida democrática sustentada en ciudadanos vigilantes y abiertos a la vida contemplativa.
Asimismo, Baillargeon afirma que la primera virtud epistémica radica en tomarse tiempo y recuerda en tal sentido al filósofo alemán Immanuel Kant, quien aseveraba que los niños van a la escuela para acostumbrarse a permanecer tranquilamente sentados y no para aprender alguna cosa. Los hallazgos de las neurociencias nos confirman que la atención del alumno, su involucramiento activo, la devolución empática, de calidad y a tiempo por el educador y la consolidación de los saberes conforman los cuatro pilares del aprendizaje (Dehaene, 2018; Dehaene et al., 2018).
Por otra parte, en la línea de lo que argumenta el filósofo estadounidense Matthew Lipman (1976), el desarrollo del pensamiento es un asunto transversal a la formación desde la infancia en adelante, que se sustenta en procesos de construcción colectiva. Los alumnos conforman una suerte de comunidad de investigación que, a través de compartir y contrastar opiniones, desarrolla las habilidades de pensar vinculadas a cuestionar, ilustrar, definir, jerarquizar y autocriticar.
La estimulación del pensamiento no solo tiene que ver con las retroalimentaciones entre el cerebro y los aprendizajes que se dan a lo largo de toda la vida, sino también, como señala el neurocientista libanés Albert Moukheiber (2022), con el cuerpo de cada uno, con la calidad del sueño, el estrés, la alimentación y el contexto social, y mas recientemente con las interrelaciones entre las inteligencias humana y artificial.
Por otra parte, Moukheiber nos alerta sobre la necesidad de contrarrestar los sesgos cognitivos, que son el reverso inevitable del funcionamiento del cerebro. Estos se pueden exteriorizar en un cúmulo diario de pensamientos «automáticos» así como de explicaciones simples y/o ingenuas que conducirían a acciones inmediatas sin resguardar que vivimos en un mundo complejo y ambiguo. Dichos sesgos, crecientemente manipulados por las redes sociales, afrentan el pensamiento autónomo al cancelar a los que interpelan el statu quo, al prohibir la diversidad y las diferencias, al relativizar todo comportamiento humano y al negar fenómenos que afectan la calidad de bienestar y desarrollo de la humanidad.
En segundo lugar, la vía práctica de la educación implica que se forma a las personas movilizando sus valores, actitudes, emociones y saberes para aprender haciendo a través de actividades. Como argumenta el filósofo francés Emmanuelle Rozier (2023), fue precisamente el filósofo y educador estadounidense John Dewey quien puso el acento en que los saberes se activan a través de las experiencias vividas por los alumnos en el desarrollo de actividades.
La mirada puesta en las prácticas tiene que ver con jerarquizar la visualización del currículo —el para qué y qué de la educación— y la pedagogía —el cómo hacerlo— a la luz del desarrollo de las experiencias de aprendizaje de las y los alumnos. Ya esta idea de una educación vivencial y de contrastar e integrar saberes a través de las prácticas era mencionada, tal cual asevera el filósofo francés Michel Eltchaninoff (2023), por el ilustre filósofo griego Aristóteles, quien argumentaba que los saberes de la geometría no son suficientes ya que se requiere igualmente captar la maña del artesano. O como afirma Eltchaninoff, las manos también requieren de toda una educación.
Asimismo, lo que parece caracterizar a la educación de presente y futuro es la hibridación de enfoques, estrategias, contenidos y recursos para que efectivamente las experiencias de aprendizaje nos permitan practicar la memoria y la repetición, y a la vez, tomar iniciativas y apropiarnos de los propios procesos de aprendizaje (Labate & Opertti, 2023). No se trata de contraponer enfoques sino de construir sobre la base de evidenciar sus fortalezas relativas.
En tercer lugar, respecto a la vía técnica de formación, se trata de hurgar en el rol de las tecnologías como soporte de los cambios en la educación y los saberes. No es solo cuestión del posicionamiento de las tecnologías en la educación como transversal a la formación e impregnando el conjunto de áreas de aprendizaje y disciplinas, sino esencialmente cómo éstas coadyuvan a democratizar las oportunidades, los procesos y los resultados de aprendizaje desde la diversidad de situaciones y perfiles de las y los alumnos. Los saberes priorizados y secuenciados en los procesos de aprendizaje tienen que orientar los usos de las tecnologías.
A la luz de la irrupción y penetración de tecnologías como ChatGPT, la lingüista estadounidense Justine Cassel, entrevistada por el periodista Cédric Enjalbert (2023), argumenta que uno de los desafíos mayores yace en saber usar dichas tecnologías con el objetivo de que permitan aprender a las y los alumnos a debatir ideas diferentes y a explicar las propias. Asimismo, Cassel sostiene que ChatGPT puede desafiar a los alumnos a identificar pruebas sospechosas, a preguntarse en qué documentos se basa la respuesta proporcionada y finalmente llevar a formular nuevas preguntas. El intercambio entre las y los alumnos y las máquinas puede constituir una vía complementaria de las interacciones únicas, irrepetibles e insustituibles que se traban entre los propios alumnos y los educadores.
El cultivo de la cultura digital, a la que alude Cassel, implica como condición sine qua non desarrollar las competencias de orden superior, inextricablemente asociadas al pensamiento, que faciliten a las y los alumnos mantener un intercambio consciente, crítico y constructivo con los herramentales de la IAG (inteligencia artificial generativa). El enfocarse únicamente en que es cuestión de desarrollar las competencias digitales en educadores y alumnos nos hace perder de vista la relevancia que tiene el poder ejercer la autonomía y profundidad de pensamiento a fin de comprender los usos posibles de la IA, y en especial de la generativa (IAG), para apuntalar los procesos de enseñanza, aprendizaje y evaluación. Daron Acemoglu, laureado con el Premio Novel de Economía 2024 juntamente con Simon Johnson y James A. Robinson, asevera que lo que realmente se necesita es enseñar a las y los alumnos a coexistir con instrumentos de la IA, y a usarlos de manera correcta (Acemoglu, 2024).
En una línea complementaria, el investigador francés en ciencias del aprendizaje François Taddei, también entrevistado por Enjalbert (2023), sugiere la posibilidad de imaginarse tecnologías denominadas maüeutech, que tienen como referencia el denominado método socrático de indagar por medio de una serie de preguntas y respuestas con el objetivo de aproximarse a la verdad. Según el propio Taddei, dichas tecnologías nos podrían ayudar a mejor conocernos a nosotros mismos, así como al mundo que nos circunda.
El denominador común de los desarrollos tecnológicos que se han esbozado yace en invertir en las inteligencias humanas como un norte igualatorio en la sociedad y para que el potencial de aprendizaje de cada alumno se haga realidad. Tendríamos que priorizar y progresar desde la inteligencia humana a la artificial, anclados en visiones éticas y humanísticas potentes, que sirvan al bienestar y desarrollo integral y balanceado de cada alumno. Como señala Taddei, refiriéndose a deliberaciones en el seno de grupos de trabajo de la OCDE (Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico), el riesgo a presente y futuro de la educación sería formar robots de segunda categoría cuando en realidad tenemos la necesidad de formar humanos que florezcan y que tengan las capacidades y oportunidades de ser actores y autores de su propio porvenir (Enjalbert, 2023).
En resumidas cuentas, la priorización e intersección de los aprendizajes en torno a promover el pensamiento, las prácticas (aprender haciendo) y las técnicas (vinculadas a las tecnologías) puede ser una ventana de oportunidades para direccionar la educación hacia forjar un nuevo modus civilizatorio que hurgue en el porvenir de la tierra y de los seres vivientes, así como en la formación de seres libres y pensantes.